foto Doctor Barret
Tengo un amigo
Tengo un amigo maricón
al que casi no se le nota nada.
Tengo unos amigos que todo el mundo afirma son la pareja perfecta,
pero cuando salen de la cama no se les nota nada.
Tengo también una amante lesbiana
que si no está conmigo no se le nota nada
y un amigo que se tira a todas mis ex,
pero hasta que no me pregunta si estoy saliendo con alguien nuevo
no se le nota nada.
Con lo que llevo gastado en abogados podría redecorar mi celda,
y es que el servicio postal funciona tan mal
que me devuelven todos los paquetes bomba
con los reproches que envío a todos los jueces que me encerraron,
y eso que jamás pongo el remite.
Y es que hubo un tiempo en qué de haberte ocurrido algo
habría compuesto para ti versos más sentidos que los de la Elegía a la muerte de Luis Sijé.
Hoy, todas las mañanas lo primero que hago mientras tomo el café
es abrir el periódico por las necrológicas y rebuscar entre los nombres ansiando leer el tuyo.
Dios y la segunda propiedad de la termodinámica saben que no soy un tipo rencoroso,
pero lo mismo que la vida no retrocede tampoco puedo olvidar si quiero llegar a final de mes.
Tengo un amigo que me clava puñales de plástico,
pero mientras no intente rascarme ese punto casi imposible de la espalda
no noto nada.
También tengo otro amigo que se hizo esquizofrénico
para conocer, como él decía, gente nueva,
pero hasta que no le sorprendes hablando solo
no se le nota nada.
Tengo más amigos de los que puedo echar en falta
sin embargo hasta que no me los tropiezo
hago como si no notara nada.
Le estoy dando vueltas a si sería buena idea intentar volver a quedar otra vez contigo para
devolverte aquel paraguas roto que me prestaste a través de la ventanilla de tu coche, mientras
patético, yo, junto a la puerta me empapaba bajo la implacable lluvia y tú no dejabas
de dar precipitadas excusas de la enorme prisa por marcharte que de pronto te había entrado
y que te impedía acercarme a ningún sitio.
Y es que hasta el hombre lobo tiene una mala noche y el mejor torero una mala corrida, pero
lo que menos necesito es tu compasión porque Roma tampoco se quemo en una noche.
Tengo un amigo que se caga de pie
pero como mea sentado no se le nota nada.
Tengo una amiga que afirma respetar mucho a los hombres,
hasta que te cuenta como alcanzo su primer orgasmo durmiendo con su perro diabético
no hubieras notado nada.
Tengo también un amigo que decía saber demasiado
así que otro más honesto lo liquido,
eso sí, sin que notara nada.
Son perros aullando a la luna para recordar que una vez fueron lobos
como si alguna vez también hubieran sido de naturaleza pura y bendecidos de inocencia,
así que cuando son juzgados apelan a serlo por sus sentimientos en vez de por sus actos
como si su palabra fuera su mejor coartada.
Ya no soy un muchacho como para cambiar de costumbres y de amigos
y me volveré a dejar embaucar o a fingir como si ya no conociera sus trampas.
Eso o tener que perdonarlos y eso lo soportaría menos que tus llamadas de madrugada
para contarme por enésima vez como la vida se te cae encima.
Así es como cuando vuelvo a mi casa, siempre solo, como un involuntario naufrago
en la tormenta perfecta,
noto como si la madrugada estirara y alargara aun más las desiertas avenidas
y que parezca que en ellas levitan las rojas luces de los semáforos como la fija e inquietante
mirada del diablo observándome;
noto más allá, como el chasquido de unos dedos, el alivio de un guiño ámbar
tentándome con el repique del slogan de que la noche aun no ha acabado;
noto, como entornados por un éxtasis de treinta segundos, se vuelven verdes
confirmando que otros antes ya han aceptado la invitación,
y noto, también en esos ojos, los de unos caballos tóxicos
y el temblor de su galope trayendo la madrugada.