sábado, 19 de junio de 2010

a Sergio Oyarzabal (corregido)





1


Decidiste largarte de esta ciudad y puede que algún día también yo siga esa dirección



tal como lo planeaste,



sin hacer incomodas maletas que arrastren más pesados escombros,



con el mismo aire melancólico y mortecino del batir de alas de las gaviotas



cuando ingrávidas van al encuentro de los barcos



para que lleguen prendidos a sus mástiles los oxidados nubarrones



a esta ciudad equivocada



en la que perpetuamente parece caer de lado una fina lluvia de mercurio,



orilla final de un continente, al borde de recaer en el martirio y a miles de kilómetros de la absolución,



donde sólo se fracasa en vida, que silencia las voces obligándolas a masticar sus nudillos



hasta convertir las bocas en muñones



y en la que, acabo de darme cuenta, me he quedado



sin cómplice.



2



Decidiste marcharte sin reparar en lo solo que me dejabas frente a esta ciudad



en la que nacimos de madres vírgenes



y, una vez echados los dientes, en la que copulamos en plena calle entre los cuerpos insepultos



de nuestros crímenes observando,



que un viento de otoño prematuro esparce como hojarasca



por las esquinas pidiendo lo suelto a cambio de devolverte al opio de un amor fingido,



sobre los incómodos bancos de los parques durmiendo como ángeles derrocados



el sueño de creerse a salvo de no deber nada a nadie,



al fondo de bares siempre oscuros y ruidosos, bebiendo solo en un rincón,



sujeto a una copa como una bola de cristal que siempre predice un futuro inaceptable,



bajo el gris amanecer, en la doliente intemperie de caminar los muelles tan vacíos de vida



como los bolsillos en los que sólo aciertan a entrar frías las manos,



instante de reencuentro con una momentánea lucidez empeñada en hallar significado



a por qué en esta ciudad parece que siempre queda algo pos suceder,



por qué echa la mano al cuello sin pestañear,



o por qué en los patios de las escuelas juegan en silencio, como escépticos ancianos,



niños que se encojen de hombros como si no tuvieran padres, mientras sus hermanos no nacidos,



huérfanos de promesas, se divierten corriendo y gritando despreocupados por las cloacas



vestidos de primera comunión.

3



Decidiste, solo y sin avisar como cuando se te cruzaba venir a verme, dejar esta ciudad



de ataúdes abiertos,



de casa medio derruidas en cuyas paredes al descubierto sigue aún colgado nuestro retrato,



absurdo y abstracto como el de un pariente lejano, tan irreconocible como nuestro rostro



en el espejo borroso y polvoriento



de un tiempo tozudo que jamás permitirá que volvamos a ser vigorosos y excitados



de mirada retadora,



descubriendo como si camináramos descalzos sus frías y húmedas calles,



sintiéndonos invulnerables y eternos.



Lo hiciste llevándote todo lo que sabes de mí y nunca me contaste, sin echar la vista atrás,



no fuera que contemplar como ardían volátiles las dimensiones del teatro te hubiera hecho olvidar



que para ti fue siempre más importante el argumento de la obra,



rugiendo por tus venas como gasolina en un camión de doce ruedas lanzado por la autopista



a toda velocidad



en mitad de la oscura calima de la ardiente noche, arrollando con los faros como ojos en éxtasis



enjambres de polillas desorientadas,



ungido por la bendita locura de ser antes quien nadie quien encuentre ese exilio de pétalos de amapola,



el parnaso en el que la palabra deja de deambular con sonido de pasos de un fantasma



metido en el pecho



y se reconcilia materializándose real en un ser vivo habitando la vida



eterno.
















martes, 15 de junio de 2010

HA FALLECIDO SERGIO OYARZABAL

NESSUN DORMA


(!)



“Ha subido el mar sobre Babilonia,

la ha ahogado bajo la masa de sus olas.

(...) ni un alma volverá a pasar por ella”.

Jeremías 51, 42-43.





Bilbao amaneció bajo el agua tras tus sueños de Uhmmm. Todo se vistió de escamas y branquias y nadaba todo. El agua cubría los tejados y los montes y las nubes. Flotaban violines y jeringas y cometas y balones y pasaportes y muñecas y camas y butacas y cuadros y el año que gastaba sin haberlo cumplido. Jamás estuvo Calipso más cerca de la luna y del sol.

¡Oh mi Lengua Madre del sueño y el corazón! por lo que yo te almo, te perdonaría todo, todo por lo que yo te almo; la encerrona, el olvido, el auspicio; el teléfono descolgado, la cerradura nueva, el piso en llamas, la ceniza en los labios, el invierno a las noches, la vía muerta en los ojos; la oscuridad para siempre, el purgatorio por dentro, el final tan cercano; el traje severo, la almohada de ortigas, el arpa sin cuerdas, el abismo en las manos, la tierra de brasas, la carcoma en el pecho, pero jamás podría perdonarte que te murieras.

Tu ría es una serpiente que vuela y que no es a su vez sino tu alma y tu voz estrellada de luces que susurra a través del tiempo, ¡oh mi lengua madre del sueño y el corazón!



Yo aprendí a leer en tus labios, a partir de entonces hablo con un deje de sombra, fuego y camino, y a partir de entonces beso locamente enamorado, beso agua, cielo y luna. No dejaría jamás de comerte a besos cada una de tus palabras, labios que todo sienten, desnudez que el dolor alumbra, y mismo fuego que mi respiración aviva.



Naceré a las 12:35 p.m. un 32 de Julyo después de amarte a.C. Ya he preparado el despertador para dentro de 20 años felicitarte por tu sonrisa de siemprevivas. No quiero decirte te amo, quiero amarte mientras escucho correr los arroyos de la luz inapreciable.



Aquí, en la cima de la palabra la vista de tu amor es espléndida. Mi olfato huele el queridísimo coral aterciopelado de tus pasos por el mundo. Mi oído escucha el color de tus labios que adivinan la exacta presencia del silencio. Mi vista descubre el asombroso hábito con que se arropa tu alma cegadora en las escamas. Mi tacto perfila los contornos amados de la desnudez de tu universo. Mi gusto se embriaga en la conquistadora luna que duerme en el agua de tu rosa, que me bautiza, diverso y mismo, en su gemido que no claudica, antesala del sueño sembrado de oros donde escribí con mi sangre tu nombre, con mi sangre, para que escuches siempre, que es mi sangre siempre quien te llama de por vida. , y ¡ay de mi vida! te eternizas con mi vida tú, y ¡ay de tu vida! yo con tu vida me eternizo.