EL ASESINO Y SU CITA
Planeo con sumo cuidado cada detalle de nuestro encuentro.
No me puedo permitir dejar nada al azar;
no se trata de un momento fortuito
preparado por un admirador deseoso de hacerse notar;
no anhelo permanecer más en tu retina
que el instante en que tus ojos me miren oceánicos
clavados en mi rostro, atónitos, desconcertados.
A la sorpresa veloz he de sumar que nadie lo evite,
interrumpiendo nuestra intimidad.
Solos al fin los dos, tu intentando entender,
yo, procurando atraerte a mi verdad.
Me asegurare de elegir correctamente ese segundo sagrado
en que comprendas que el hilo de vida al que te aferras
nunca fue tuyo enteramente ya que siempre dependió de otras manos,
como cuando la veas oscilar entre las mías
detenidas siniestramente sobre tu aliento
hasta apoderarme de tu ultimo suspiro de cristal.
Luego, continuare mi camino sin que nadie me haya visto;
llevándome tu ropa que enterrare para que ninguna persona
se vuelva a vestir jamás con tu presencia;
y romperé la esfera de tu reloj
para que tu alma acepte que ya no ha de temer más.
Sé que te preguntaras por qué precisamente tú,
como tampoco entenderás por qué lo tengo que hacer.
Si te conociera y tu a mí, incurriríamos en motivos tan necios
como el odio, la venganza, el rencor o los celos,
que corromperían lo que sentiremos en nuestro único encuentro.
Otros ojos antes que los tuyos, y a los que al principio
me era imposible descifrar su mueca tomándola únicamente por pánico,
se han empeñado en plantearme la misma cuestión
como si la obtención de una respuesta retrasara lo inevitable.
Los motivos del asesino se escriben siempre al revés.
Si hubieras cruzado la calle por otro punto,
si no te hubieras entretenido frente a los escaparates
iluminados en la oscuridad nocturna de una calle solitaria;
si tus pasos no hubieran ido acompañados del eco
de un taconeo constante que llamo mi atención
para al girar mi cabeza descubrir que paseabas sola,
creyéndote a salvo en este entorno
ignorando que has entrado en un jardín privado.
A partir de ese instante, como si tú fueras todas las aceras
de la ciudad y yo la lluvia, me comenzaste a pertenecer.
Eso y que dentro de mí creció la necesidad ineludible de custodiarlos
para que nadie que no sea yo interrumpa su serena cadencia.
Nunca sabemos quien nos puede estar observando.
Así, poco a poco, creyendo que van
hacia la seguridad tediosa y rutinaria
del calor de su hogar, te diriges inconsciente
a la sorpresa de nuestro encuentro,
sin presentir detrás de ti el silencioso sigilo
con que te persiguen los míos;
fecundándote de un breve futuro con la mirada
de cazador sin prisa por decidir el momento
en que olvidar tus costumbres para iniciarme
en conocer las de una nueva alma que deba custodiar.
No te arrebato nada que tarde o temprano
vayas a perder y a cambio te regalo
que no te vuelvas a preocupar jamás por nada.
¿Que saco yo de esto?
Veo que te empeñas en resistir,
en no plegarte a entender.
Mejor harías en aceptar tu destino
como a que yo seré la última persona
por la que te debas inquietar.
2 comentarios:
Más que un poema, yo lo consideraría un interesante relato, Oscar, donde consigues transportarnos al interior de otra mente, cuerda y serena, capaz de regalarnos paz... que paradoja!
Besísimos.
Marian
Desde luego lo tuyo, no es poesía precisamente. Enlazas frases y palabras de una manera increíble. Hablas con triples sentidos. No es exactamente el asesino al que reflejas, sino que reflejas ese lobo solitario que siempre llevas contigo.
Saludos de tu doctor favorito.
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