Únicamente tus ojos clavados en los míos
eran capaces de transmitir tanta complicidad
por explorar sólo en un sueño.
Así, has regresado para formar parte de él,
y mucho, mucho tiempo después,
sin que adivine a explicarme por qué,
los has vuelto a protagonizar.
En esos sueños, procuro ponerme al paso
de tu
cálida mirada para medir tus pestañas
que, al cerrar los
párpados tan lentamente
como cae el día en un desconocido planeta con dos soles,
arañan mi piel como uñas
dejando al descubierto la fiebre de un abrasador deseo
y la excitación de una cascada de agujas
que recorren desde dentro mi pecho
como agua inquieta buscando por donde salir
e ir a atrapar el olor de tus cabellos con la yema de mis dedos.
Cuando tus ojos de filo de diamante
me descubren te lanzo una sonrisa
a la que desde la distancia, ladeando
levemente la cabeza, respondes
con otra, pero la tuya segura de una victoria;
y, acercándote sin que lo previera,
besas por sorpresa mis labios,
dejando sin palabras
al que siempre tiene respuesta para todo
menos a la pregunta de cuantos besos he recibido
lo fueron con tanto amor como este.
De pronto, surge heladora la certeza,
doblando la esquina como alguien
al que no quisiera encontrar,
acercándose y agrandándose
hasta ser imposible evitar
preguntarme por qué en tu boca hacia calor
si he recordado con súbita amargura
que debería ser tan fría como la piedra
sobre la que el mal gusto de existir
escribió completo tu nombre
y que, en cada aniversario del pasado verano,
adornan con futuras marchitas flores de tela.
Abro inmediatamente los ojos en la penumbra
intentando sobreponerme
a las preguntas bisturí que, poco a poco,
tiran de mí para que me incorpore
como si en vez despertar de un sueño
hubiera caído en otra pesadilla
y, tanteando tinieblas, no supiera de cual salir.
Reinterpreto que has venido a avisarme,
a advertirme, por lo que desde entonces duermo
como un devoto ateo de la vida
camina sonámbulo por la inmortalidad;
tendido vestido sobre la cama sin abrir,
sospechando de cual de mis órganos
será el que al final me traicione.
Para siempre permanecerá en mi conciencia la incertidumbre
de las preguntas que tantas noches desde entonces
han aplazado que pudiera cerrar los ojos tranquilo.
-ya sabes, soy ateo sin convicción-.
La duda real es querer saber si la muerte
se vistió con la imagen que de ti evoco,
si se trata de uno de sus presagios
¿por qué precisamente te eligió a ti
de entre todos los recuerdos con rostro en mi memoria?;
o, ¿ fuiste tu la que se ofreció como voluntaria?;
¿y por qué, después de tanto tiempo,
quisiste regresar sólo para prevenirme
de que nos vamos a
reencontrar?
Es cruel reabrir el recuerdo de sueños que tuve
para conseguir que pierda la costumbre de vivir
y me entregue en calma, convenciéndome de antemano,
de alcanzar allí lo que no conseguí en vida.
Aunque puede, finalmente,
que sea que mi necia razón, de vuelta de todo,
la que se empeñe en desconfiar una vez más
y mal interprete lo que mi decepcionado corazón quiere oír,
como es que en esa otra dimensión
confirmará la esperanza que aquí sólo pude albergar en sueños.
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