Exiliado con síndrome de Diógenes,
sin tiempo de deshacer las maletas,
arrastro mis pesados recuerdos
de estación en estación,
de aeropuerto en aeropuerto;
por las aceras de cada ciudad
en la que desembarco
como el vagabundo que atesora
todas sus pertenencias
incapaz de apartarse de ellas
ni un sólo instante
por temor a que le desaparezcan
y no poder demostrar
haber estado allí,
ni haber existido
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