martes, 8 de julio de 2008

intimo deporte


Cuando no te tengo languidezco
como un adolescente sin nada que hacer;
sufro febril con mi imaginación,
invento los besos que te daría
y los meto en el congelador
para convertirlos en cubitos de hielo
y así, cuando estés impúdica,
obscenamente entregada,
jugar a surcar con ellos tu ombligo
redondo de piel melocotón;
circundar tu pubis,
perderlos derretidos en tu ingle
para finalmente, con mi lengua inagotable,
abrir un espacio entre tus labios salados
e inhalar ese olor tan característico
como es el denso aire de una tarde
calurosa de verano
sacudido por las alas blancas
de cientos de mariposas.


Mi vista tardara aun un rato
de bajar de la nube
tendido como tu mirando al techo
que contemplo como tus dos pezones,
que parecen dos ojos de tontorrona mirada extravica,
cuando, girándote para abrazarte a mi,
te oigo susurrarme al oído
- el juego estuvo bien,
¿es al mismo al que ya jugamos la última tarde?
o¿ fue con la cera de dos velas?;
te estas volviendo tan predecible!! ,
¿no se te ocurre nada nuevo
con los mimbres que te presto?-



Esforzado como un parvulito frunciendo el ceño
ante el desafió de la tabla del ocho,
como el maestro de ajedrez
ante la concurrencia de expertos
temiendo con el siguiente movimiento hacer el idiota,
dudando si es real el reto
o bromeas poniéndome a prueba
desprecio la enciclopedia Larousse,
descartando que lo que buscas
tampoco este – pero podría- en esas revistas
que el kioskero guarda bajo su mostrador
lejos de las miradas curiosas de los mas pequeños
al salir del colé mientras comen su merienda.


Creo que a lo que me invitas
es a que te enseñe mi álbum privado
de fantasías genuinamente inconfesables
e insatisfechas,
y mientras mi dedo las recorre
para que tú elijas
descubres satisfecha,
iluminada por un extraño brillo,
mi mirada malvada y turbia
de la que sin ensayos has hecho tu bandera.



Todo para al fin alcanzar como premio
olvidar que deje el reloj sobre el velador
y que mi cuerpo se mueva a otro compás
que al de sus estrictas manecillas;
retorciéndose,
buscando frotarse contra el tuyo,
deseando encontrase dentro
para contemplar al fin la esfera
que tus negros cabellos
describen esparcidos sobre la almohada
y el sincero brillo de tus ojos
como el de un sol de amplia sonrisa
dibujado por un niño.

No me equivoco al pensar
que tan solo se vive una vez
y que esperar con impaciencia a que me llames,
maquinando hasta sentirme mezquino
nuevos rituales en la geografía de tu cuerpo,
se ha convertido en mi íntimo deporte.

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