
De nuevo me instalo en el hotel insomnio
para hacer noche
y contemplar como si se tratara de la última
a través de la ventana abierta la avenida desierta
aun más larga por la intemperie de su vacío;
en la que lo único que parece latir
son las luces de los semáforos
que me contagian de su paulatina resignación
al ofrecerse poco a poco en verde
para que nadie los atraviese,
y gradualmente indignados recuperar lentamente el rojo
que ni un camión de la basura desafía.
Dejo caer los rescoldos de mi cigarrillo
observándolo cruzar la perspectiva plana
como una bala imprecisa a cámara lenta,
hasta deshacerse en metálicas ascuas
estrelladas contra un muro
tan imposible de atravesar como la acera;
la misma en la que me contemplo como en un cuadro
y en cuya estéril superficie me da tiempo
a ver crecer un árbol con extraños frutos
colgados de sus ramas como manos abiertas.
Me imagino que alguien dobla la esquina,
creo escuchar sus pasos y distingo su sexo;
me extravío como un tren a la deriva
cuando ya no la siento.
Atrás, muy atrás, queda la cama,
donde entre penumbras duermen los fantasmas
que procuro esquivar yendo agotado a dormir
cuando ellos se levanten.
para hacer noche
y contemplar como si se tratara de la última
a través de la ventana abierta la avenida desierta
aun más larga por la intemperie de su vacío;
en la que lo único que parece latir
son las luces de los semáforos
que me contagian de su paulatina resignación
al ofrecerse poco a poco en verde
para que nadie los atraviese,
y gradualmente indignados recuperar lentamente el rojo
que ni un camión de la basura desafía.
Dejo caer los rescoldos de mi cigarrillo
observándolo cruzar la perspectiva plana
como una bala imprecisa a cámara lenta,
hasta deshacerse en metálicas ascuas
estrelladas contra un muro
tan imposible de atravesar como la acera;
la misma en la que me contemplo como en un cuadro
y en cuya estéril superficie me da tiempo
a ver crecer un árbol con extraños frutos
colgados de sus ramas como manos abiertas.
Me imagino que alguien dobla la esquina,
creo escuchar sus pasos y distingo su sexo;
me extravío como un tren a la deriva
cuando ya no la siento.
Atrás, muy atrás, queda la cama,
donde entre penumbras duermen los fantasmas
que procuro esquivar yendo agotado a dormir
cuando ellos se levanten.