miércoles, 29 de octubre de 2008

cada día más ciego


He vivido,
-lo reconozco-
prácticamente toda mi vida
deslumbrado por algo.

Eso alimentó mi ambición
y que el éxito
significara conseguirlas.

Perdón, no había dicho aun
que se tratara solo de cosas,
materiales
unas veces
otras, imposibles de domesticar.

A través de mis ojos
fui embaucando al resto de sentidos
convenciéndolos en cada momento
de lo que necesitaban.

Así fue como que los convertí en dependientes,
drogadictos con mal disimulada ansiedad
de poseer, de tocar, de probar,
de que los amasen.

Hoy, que la decepción me ha dejado ciego,
que ya no me sorprende la fascinación
practico a leer en Braille
sobre el relieve de las piedras con las que tropiezo,
en el polvo acumulado de los muebles
o en los marcos labrados de los planos retratos.

Antes de doctorarme en ser capaz
de diferenciar los distintos tipos de árboles
por como el viento
susurra a través de sus hojas,
de reconocer la voz de cada niño
en mitad del eco de sus gritos
mientras juegan en el patio,




practiqué desquiciado la autodestrucción
como un francotirador con cataratas,
confiando en merendarme
todas las angustias
hasta que la muerte,
como una señorita
sobre la que puse mis manos sin permiso,
me advirtió, como sólo se habla a los borrachos,
de si quería perder todos mis apéndices
de un solo golpe.

Ahora adivino que hay para comer hoy
sobre cada mesa
por el olor que inunda la escalera,
rememoro el paladar de su copa
en mi boca
y el sabor de su lengua
mientras recorría cada uno de mis pliegues;

no permito que nada me confunda

en vez de acudir al saqueo de espejismos,
me dejo empapar en vez de teñirme;

ahora que he aceptado que todo a mi alrededor
no varíe su color en todo el día
como el cielo monoestacional de mi infancia,
veo mas claro, distingo lo lejano,
valoro lo que se me ofrece.

He acostumbrado mis ojos a ver en la oscuridad.

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