sábado, 5 de marzo de 2011

besar a un muerto






La noticia de la muerte se propago como un susurro por los puentes y los muelles vacíos en ambas orillas. También supe que llovía. Llovía sobre el cadáver. Llovía sobre los hombres con paraguas negros que a cierta distancia razonaban sobre las causas hablando de él en tercera persona.
Un bocadillo de Nocilla para merendar a media tarde a cambio de que me permitieran jugar al futbolín. El castigo ante todos los de clase. Hallar el modo de meterse dentro de sus braguitas rosas. Esforzarse. Esforzarme por labrarme un porvenir. Si caes, levantarte. Levantarte enseguida. Pese a la sensación de pereza por tener que volver a empezar de cero. El libro con todos los interrogantes. Las libretas emborronadas con todas sus respuestas manuscritas. Salvo la de la muerte. De haber conocido de antemano como se iba a producir, su vida hubiera sido la de una flor cortada en un jarrón sin agua. Esperarla sentado en un restaurante vacío. Pero siempre meditó acerca de ella en tercera persona. Como en la muerte ajena y no en la propia. Se seguía sintiendo invulnerable y eterno. Debía de llover también en Soba. Tendido en el suelo como un cadáver que se moja bajo la lluvia podía oler la hierba recién cortada y al viento rolar entre las copas de las hayas. Y es que para cuando comprendió que la vida iba en serio fue por la imposición de tener que meter a un león en su jaula. Hay una sola vez en la vida para acometer las grandes decisiones. Después, sólo queda conformarse con dejarse llevar. Acostumbrarse a convivir sin excusas con los errores irremediables aunque hasta el final de sus días sea pisando el filo de una navaja y que sus pasos suenen como si caminara sobre huevos. Aceptar las perdidas como una responsabilidad menos. Los platos apilados en el fregadero. Que leer los libros que aún le faltan sea más imprescindible que hacer frente a las facturas. Sólo el llanto de un niño a medianoche lo devuelve a la realidad. Inútil como la ambulancia que llega tarde. Tan inútil como los buenos deseos. Los peces de colores tras el cristal de la pecera. Un anzuelo sin cebo. Que creas que has tenido un mal día. Recordar al despertar lo que has soñado. Los recuerdos con su padre de un niño huérfano. La rabia. Que alguien te diga que no estás loco. Un beso a un muerto.
Sobre todo si no eres tú y lo despides besando su frente como a una tercera persona.

4 comentarios:

Tangram Grupo dijo...

Hay tanto dentro de este relato que es necesario leerlo más de una vez. Y cada nueva vez que se lee, va empapando cada vez más la atmósfera.
Puede que este tipo de reflexión se haya cruzado en algún momento por todos nosotros... o puede que no... que no todos hayamos habitado ese lugar en el que la hierba a ras de suelo toma otra dimensión para recordarnos que la vida va en serio. Sea como fuere, sea porque son casi las cinco, sea porque las encrucijadas, a veces, nos asedian, sea por lo que sea... gracias por escribirlo.

Un abrazo.
Laura

jagirreo.es.tl dijo...

Muy bueno, Óscar. Muy personal (esa impersonalidad).

Anónimo dijo...

Oscar! soy iñaki de novisline, contacta conmigo cuando puedas...

Tania Alegria dijo...

"De haber conocido de antemano como se iba a producir, su vida hubiera sido la de una flor cortada en un jarrón sin agua."
Qué puedo decirle? Que me hubiera gustado ser la autora de esa frase.
Da derecho a curvarse tres veces, como los chinos, en señal de respeto.
Un abrazo.