jueves, 3 de septiembre de 2009

hombre bueno


Si un hombre bueno es llevado ante un juez

veréis que no sabe como actuar ni que decir,

ya que cuando un buen hombre descarga su ira

esta es como un cuchillo sin empuñadura en su mano.
.
El miedo a la infracción habitó en su conciencia

desde el mismo momento en que nació

porque en su corazón fue prendida la eterna llama de la culpabilidad

y de la misma manera aceptara que el lugar donde se le envié será mejor.



Para crear al buen hombre fue preciso usar verdes mimbres en vez de barro,

así el viento lo penetra sin doblegar su voluntad de permanecer erguido

- a los hombres buenos se les debería enterrar de pie- , y ese soplo de aire azul

llena de alma lo que sin el sería un vacío armazón

que ya permitía que los haces de luz del sol

lo atravesasen para retratar en el negativo de su sombra

las maravillosas imperfecciones de su creador

como doradas llagas que nunca cicatrizaran,

y que las gotas de lluvia lo golpeen como alfileres sin herir su piel

resbalando por ella hasta besar sus pies.



Este buen hombre es daltónico ante lo que para los demás es evidente,

cuando mira en el espejo sólo ve su rostro y, en él, clavados sus ojos

que lo examinan como si parecieran tímidamente sorprenderse;

para el resto, están entre los de expresión más triste que han contemplado,

por delante incluso de los de un perro abandonado en la gasolinera de una autopista,

como el semblante de un soldado carne de cañón preguntándose que si Dios está con él,

¿quien coño esta con el enemigo que es más fuerte?.


Si lo observas sin que lo sepa, su silueta

produce una sensación de fragilidad desvalida

pero orgullosa y de inquebrantable voluntad,

como la de una gallina con la cabeza decapitada en vuestra mano

y que corre instintivamente a hacer frente a la burla de su destino.




Si condenáis al hombre bueno con la tiranía de las leyes

no conseguiréis arrancarle su amor, ni con la injusticia

conseguiréis que se vuelva cruel.

De su boca no saldrán palabras que amenacen

con repentinas viudedades de quienes aun sienten como vírgenes,

ni con la orfandad de niños no nacidos de úteros capaces sólo de concebir fantasmas

y que corren vestidos de primera comunión por las cloacas.



No os engañéis, cuando el hombre bueno muere,

cede su sitio a otro en la solitaria banqueta del que bebe solo

en la barra de uno de esos bares que parecen no cerrar nunca,

en los pasillos donde se escucha como arrastran sus pasos

quienes viven la realidad de otro mundo en el que pueden ir libremente;

en la lista de ejecutables a embargo forzoso por impago a los bancos,

en aquellos viejos zapatos de suela desgastada que cada noche

se quedan desamparados y solitarios a la puerta de la habitación.



Cuando el corazón del hombre bueno, tan generoso hasta en su latir

que gira y da vueltas alrededor del viento y escupe a la superficie del sol

para oírlo crepitar, deja de preocuparse por este mundo

su cuerpo no es abono, no lo olvidéis nunca.

Esparcirlo en la tierra sin poner señales como haríais con una semilla más.