miércoles, 29 de octubre de 2008

hotel insomnio


De nuevo me instalo en el hotel insomnio
para hacer noche
y contemplar como si se tratara de la última
a través de la ventana abierta la avenida desierta
aun más larga por la intemperie de su vacío;
en la que lo único que parece latir
son las luces de los semáforos
que me contagian de su paulatina resignación
al ofrecerse poco a poco en verde
para que nadie los atraviese,
y gradualmente indignados recuperar lentamente el rojo
que ni un camión de la basura desafía.
Dejo caer los rescoldos de mi cigarrillo
observándolo cruzar la perspectiva plana
como una bala imprecisa a cámara lenta,
hasta deshacerse en metálicas ascuas
estrelladas contra un muro
tan imposible de atravesar como la acera;
la misma en la que me contemplo como en un cuadro
y en cuya estéril superficie me da tiempo
a ver crecer un árbol con extraños frutos
colgados de sus ramas como manos abiertas.
Me imagino que alguien dobla la esquina,
creo escuchar sus pasos y distingo su sexo;
me extravío como un tren a la deriva
cuando ya no la siento.
Atrás, muy atrás, queda la cama,
donde entre penumbras duermen los fantasmas
que procuro esquivar yendo agotado a dormir
cuando ellos se levanten.

cada día más ciego


He vivido,
-lo reconozco-
prácticamente toda mi vida
deslumbrado por algo.

Eso alimentó mi ambición
y que el éxito
significara conseguirlas.

Perdón, no había dicho aun
que se tratara solo de cosas,
materiales
unas veces
otras, imposibles de domesticar.

A través de mis ojos
fui embaucando al resto de sentidos
convenciéndolos en cada momento
de lo que necesitaban.

Así fue como que los convertí en dependientes,
drogadictos con mal disimulada ansiedad
de poseer, de tocar, de probar,
de que los amasen.

Hoy, que la decepción me ha dejado ciego,
que ya no me sorprende la fascinación
practico a leer en Braille
sobre el relieve de las piedras con las que tropiezo,
en el polvo acumulado de los muebles
o en los marcos labrados de los planos retratos.

Antes de doctorarme en ser capaz
de diferenciar los distintos tipos de árboles
por como el viento
susurra a través de sus hojas,
de reconocer la voz de cada niño
en mitad del eco de sus gritos
mientras juegan en el patio,




practiqué desquiciado la autodestrucción
como un francotirador con cataratas,
confiando en merendarme
todas las angustias
hasta que la muerte,
como una señorita
sobre la que puse mis manos sin permiso,
me advirtió, como sólo se habla a los borrachos,
de si quería perder todos mis apéndices
de un solo golpe.

Ahora adivino que hay para comer hoy
sobre cada mesa
por el olor que inunda la escalera,
rememoro el paladar de su copa
en mi boca
y el sabor de su lengua
mientras recorría cada uno de mis pliegues;

no permito que nada me confunda

en vez de acudir al saqueo de espejismos,
me dejo empapar en vez de teñirme;

ahora que he aceptado que todo a mi alrededor
no varíe su color en todo el día
como el cielo monoestacional de mi infancia,
veo mas claro, distingo lo lejano,
valoro lo que se me ofrece.

He acostumbrado mis ojos a ver en la oscuridad.

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sábado, 25 de octubre de 2008


dos grandes libros

Mayte Sánchez Sempere, poeta madrileña nos sorprende con la aparicion de su segundo poemario. Una poesia intima, sincera como su autora. Honesta con el lector y ella misma.
Una mirada limpia sobre el mundo que rodea a la autora. Para el que desee mas informacion sobre esta poeta o como conseguir sus libros aqui dejo un enlace al blog de Mayte.

miércoles, 15 de octubre de 2008

en letras de oro


Alargo mi mano abierta como el infeliz
que ignora que le puede caer una maldición
para que ella, con su dedo índice,
acaricie los profundos valles de mi pasado,
las lomas de mi porvenir,
los surcos superficiales de mi presente.
En mi palma lee las líneas del tiempo
y yo ávido de conocer
me estremezco cada que vez que se detiene,
no vaya a ser cierto que pueda adivinar aquello
con lo que convivo tratando de olvidar;
y es que la mala senda que hasta ahora he pisado
hizo que esa misma mano
se extendiera para coger la fruta madura
del árbol prohibido
y cuando tuve que decidir
entre el bien o el mal
lanzara una moneda a cara o cruz
y que no la retirara ni cuando recibí mi castigo
para soplarme la punta de los dedos doloridos
porque orgulloso me creí capaz
de sostener con ella el mundo.

Y es que si existiera alguna señal
explicación a tanto ir de un lado a otro,
dando casi siempre tumbos,
debería llevarla mejor escrita en la frente
marcada a fuego fatuo
que como una luna de agosto
ilumine a partir de ahora mi futuro
lejos de mujeres de negros cabellos
con lo ojos cerrados bajo mi beso,
de hijos que nacieron en un hospicio
sin llevar ningún pan bajo el brazo,
de fortunas como racimos de uva
nadando en el océano,
de pléyades con mi nombre
escrito en letras de oro.


No fue cómo sortear la presencia de un recuerdo
en algo que dejaste olvidado en el fondo de un cajón,
ni el tiempo que pase sentado preguntándome
que debía de hacer con aquello.
Tampoco cómo aprendí a medir las distancias
que puede llegar a alcanzar la soledad
en la inmensidad de nuestra cama,
que como un negro océano
cada noche entre sus frías sabanas
me engullía como a un naufrago.


La misma soledad que persigue al perro abandonado
en oscuras madrugadas
al recorrer y al cruzar apresurado
las calles aun mojadas;
esquivo a que nadie se le acerque o lo reconozca,
con la impresión de venir de ningún sitio
y sin el deseo de querer ir a ninguna parte;
con esa mirada clavada en sus ojos
de quien contempla pasar el olvido
desde la ventanilla de un tren
detenido en vía muerta.


No. No fue lo mucho que he tardado en darme cuenta
de todo el daño que me hacías,
asomado aun con cara de incredulidad
al abismo que de pronto abriste bajo mis pies;
ni como para intentar olvidar me vacíe con empeño
deshaciéndome en cosas inútiles;
ni como cada vez que hago repaso,
como echando cuentas,
me pierdo siempre con los detalles
o tengo la impresión de que me dejo algo;
y si no te recuerdo tus promesas
que con las mías y tus mentiras
seguro habrás olvidado.
como a los inertes cadáveres de unos extraños
sentados a la mesa de la cocina.



Tampoco cómo llegué a la conclusión
de que nuestro amor, como en un burdel,
creció a la sombra del adiós y del olvido
que preceden al amante
ya desde antes de conocerlo
y de despedirlo en la puerta con prisas y sin un beso.
No no. Lo malo, lo que no soporto,
lo que me es imposible superar,
es la presencia de esa sensación
que, como un borracho pesado
que asegura conocerme
y del que no me consigo desembarazar
porque obstinado insiste en acompañarme,
me ofende y me insulta
siempre que oigo que alguna vez me quisiste.

miércoles, 8 de octubre de 2008

àrbol rabioso


El nacimiento de mi nueva consciencia
coincidió con el paso de una estrella fugaz
por el cielo de una mañana soleada,

al escuchar a mi verdugo silbar una canción
mientras ultimaba los detalles para mi inminente ejecución,

que acabe por aprender y así comenzamos a silbarla juntos,
consiguiendo que nuestros respectivos ecos
compartieran libres los muros del patio y las galerías,
dando de si a los barrotes y haciendo nudos con las llaves.

A partir de entonces me convertí en un árbol rabioso
de cuyas ramas monos muertos de hambre
se descuelgan para caminar sobre dos patas
e iniciar el éxodo evolutivo que les lleve a doblar sus costillas
adorando a becerros de oro y a crucificar al Mesías.

Un árbol cuyas hojas perennes necesitan trasfusiones
de sangre de las infructuosas aves migratorias.

Un árbol cuyo fruto exhibe especuladora en su boca una serpiente
tan larga como la codicia que me encerró en esta cárcel,
en la que la redención significa tener de nuevo un arma en la mano.

Un árbol que creció de la zarza ardiendo
y que muestra orgulloso los tatuajes que cubren totalmente como una corteza
su cuerpo, prisionero incapaz de desintegrarse como la pastilla de jabón
para escapar de si mismo por el desagüe convertido en espuma.

martes, 7 de octubre de 2008

la estrella negra




foto rober barret



Esa estrella bajo cuyo signo nací

y que con su fulgor azul

creí hasta ahora señalaba el camino

que me dio por tomar

-el de vivir todos los días de mi vida-

lleva siglos extinta,

y su luz, sin cola ni cabeza,

viaja por el negro espacio

como un caballo desbocado invade una carretera;

con sus crines de cometa al aire

y en su espantosa mirada

clavado un aterrador miedo al dolor.

Desde que lo supe mi reflejo en los espejos

se ha tornado en una tenue sombra en movimiento

que se detiene en el marco de todas las puertas

sin saber como dar con la entrada o la salida.

Dudando de mi existencia me oculto

tras el irreflexivo natural instinto de supervivencia,

que me obliga a abandonar mi alma a los cuervos

y mis cenizas, las que fueron antes luz,

al viento.

jueves, 2 de octubre de 2008

con ganas de retorcerle un dedo a la muerte




foto rober barret



Con ganas de retorcerle un dedo a la muerte,
de arrancarle con un pellizco
nuevamente un grito a la vida,
de no cuestionarme hoy, ya tarde,
por qué dejé de hacer o de practicar aquello
en que fui tan bueno.

Ansioso por experimentar de nuevo,
las mismas o nuevas emociones,
volveré a ensayar delante del espejo
aquel gesto casual y desenfadado
antes de que se convierta
en tremendamente patético.

Daré cuerda para atrás a los relojes,
-o mejor- les extirpare las manecillas,
vencido el interés por esperar en su puerta
para obtener del pasado
una confesión de culpabilidad.